Renovada euforia de barrio es lo que sienten muchos cada domingo a la hora de pisar Gràcia para calentar el hígado, esto es, a la hora del vermut. Hayamos tenido –o no- una noche de excesos y necesitemos –o no- una ración intravenosa a granel de garnacha tinta y anchoas, a las 12.00 los domingo muchos sentimos la “llamada de la taberna”. Uno de mis antros favoritos cuando esto ocurre y lo que busco es autenticidad es la Bodega Quimet. La bodega es un valor en alza en el mundo hipster pero existía antes y seguirá existiendo después de que el desfile gafapastero diga “Is over”. El veteranísimo local es casi un fósil recuperado para el deleite dominguero. El hijo del mítico Quimet la traspasó a un conocido porque, aunque no quería seguir con el absorbente negocio familiar tampoco veía bien cedérsela a cualquiera. Así Eugeni y David se entendieron y el primero pasó a ser un habitual de la bodega que había fundado su padre. La edad de la clientela de la Bodega Quimet es inversamente proporcional a la de sus mesas, sillas y posters de pared. El escenario de siempre para un público nuevo. Pero eso no tiene que haceros desconfiar. Quizás la mejor hora, cuando el ambiente se caldea y brilla en todo su esplendor, es la tarde pero yo soy una romántica abonada al vermut matinal.

Seguramente sirven una de las mejores anchoas del barrio, lo mejor para las resacas olímpicas. Tienen vinos a granel que enamoran y unos mejillones en escabeche a los que les escribiría –si supiera- un poema. De su espectacular pulpo a la plancha se diría que es incluso nutritivo para el alma ¡Un diez! Tampoco dejéis de probar la patata parisina, cocida con piel y coronada con un abundante ragú picantito de ternera y tomate que sale casi bendecido de sus fogones. Pedid más pan si hace falta. ¡Lo vale!
Bodega Quimet
Dirección: Calle de Vic, 23, Gràcia, Barcelona
Precio medio 15-20 euros