La familia de L’Olivé ha ido creciendo desde que en 1984 inauguraron el restaurante tradicional que toma el apellido familiar. Vinieron, después, el Barceloneta, especializado en pescados y mariscos; el divertido Paco Meralgo de la calle Muntaner; el italo-catalán Barcelona-Milano (¡Gracias por esa burratina con tomates que no me canso de comer!); y el mítico y ramblero Bar Cañete.
Lo que seguramente no se imaginaban después de más de 30 años de servicio ininterrumpido es que su reciente reforma -reabrieron este febrero- les situase de nuevo en el radar de los paladares jóvenes. Sí, esos que buscan un cocina tradicional de las de verdad. De la que se disfruta con la tranquilidad de las largas sobremesas.
El miedo frontal al cambio no es buen consejero. Y es además, la mayor parte de las veces, un error. Que se lo digan a algunos restaurantes con solera de Barcelona que se empeñan en seguir sacando vajillas de los 80 y hacen intentos de servir pijamas como postre. ¡Algunas veces me he agarrado al mantel porque oteaba uno a lo lejos en la bandeja algún camarero!
¿Si no estás dispuesto a caminar junto a las nuevas generaciones, luego te quejas de que no quieran visitarte? L’olive se ha lanzado a la picina y Lázaro Rosa-Violán ha hecho el resto. Todavía no he encontrado un solo espacio pasado por el bisturí del interiorista bilbaíno-catalán (aunque nació en Tánger, ¿lo sabíais?) que no me robe el corazón. Es así, pura belleza.

Como su interior, la carta del restaurante L’Olivé respira aires contemporáneos. Ha sufrido significativas innovaciones bastante satisfactorias. Mantiene propuestas tradicionales como el morro de bacalao con suave samfaina, el canelón de pularda, el rape a la donostiarra o la presa ibérica, a los que suma platos más contemporáneos. Por ejemplo, un magnífico el tartar de lubina y otras propuestas como el tataki de atún a la brasa o el canelón de centollo.
Por lo demás, César Pastor, chef a cargo del espacio, sigue manteniendo una cocina catalana y mediterránea para compartir sin demasiadas florituras. Ha potenciado, eso sí, la presencia de mariscos (zamburiñas, navajas, ostras), la selección de arroces (al punto el de pescado y marisco; podéis pedirlo también de verduras con morcilla o negro con sepia) y ha acotado la presencia de los guisos y elaboraciones menos digestivas (aunque ahí sigue su tripa con garbanzos).
Entre los postres el restyling también es notable. El helado de coco con fondo de crema catalana, el tiramisú deconstruido, el sorbete de maracuyá o el timbal de fresones con crema caramelizada a lo Fermí Puig pueden coronar vuestra necesidad instagramera de dulce. Me quedo, en esta ocasión sin embargo con el liviano milhojas con fresas y crema. Los clásicos siguen mandado.
Restaurante L’Olivé
- Dirección: Carrer de Balmes, 47, Barcelona
- Teléfono: 934 52 19 90
- Precio medio: Más de 50 euros