Colella nos entrega experiencias sabrosas. La cocina tradicional italiana es así (o debería ser así). Pero con desmedida frecuencia quienes no hemos viajado lo suficiente la asociamos a la pasta y la pizza. La hispanocatalana está también llena de matices. Si juntamos estas dos grandes tradiciones bajo la divertida mirada de un chef perfeccionado en los exigentes restaurantes de hotel, tenemos un guiso interesante, excepcional. Tenemos un italiano con un plus (como Due Spaghi, Como Xemei, como Le Cucine Mandarosso…) que puede presumir a las pocas semanas de apertura de tener todas las mesas llenas un lunes de julio a las 21.00 h. Poca broma.
Roberto Colella primero supo expulsarse ese rictus hotelero que tienen los chefs que han trabajado en cocinas muy industriales. Las prisas, la mecánica de la falta de tiempo, el volumen. Y, después, ha sabido crecer. En Meneghina, su primer pequeño restaurante del Born abierto hace cuatro años, el espacio físico era finito y entre el público -aunque también local- acababa predominando el turista. Ahora, da un paso más en el Eixample (en ese primer tramo de Pau Claris después de cruzar la Diagonal dirección al mar).
Busca la fusión entre la trattoria y el restaurante gastronómico y consigue articular un espacio en el que se trabaja con ilusión, se cocina con técnica y se emplata con sentido. Y, además, se come bien, muy bien. Un éxito, vamos.
La carta es corta y delata la procedencia napolitana del chef. Da fe el cuscús de Trapani: elaborado con pescado blanco (lubina, el día que lo visité), mejillones y calamar. La sémola se sofríe en la sartén para enegrecerla convirtiéndola en el toque texturizante de un plato al que ensalza uno de los productos estrella sicilianos, el limón.
Otra preparación sureña forzosa es el paccheri (unos mega macarrones versátiles para rellenar) repletos de foiegras y cebollita confitada salseados con un falso pesto de espinacas. Platos así razonan que el apellido de Colella debía ser y sea: “Mediterranean essence”.
No querría dejarme por mencionar una curiosidad: la propuesta del bikini con patata confitada más sexy que me he comido en tiempo. El tubérculo – que hace de pan- se rellena de un orondo corte panceta -ejerce de un ‘jamón y queso’ con una grasa estratégica pantelúrgica-. El toque final es una mermelada de ajo asado.


A riesgo de caer en simplismos prolijos, a veces clasifico los restaurantes entre: los que prefiero dejar pasar un tiempo entre visita y visita; a los que no volvería jamás y los que se pueden revisitarse con frecuencia. Si es esa misma semana, mejor. Creo, sinceramente, que este plato merece una vista justificada cada cierto tiempo.
La simpatía de Julia, que lleva el peso de la sala, ralla la excepcionalidad igual que la carta de vinos. Escogidas referencias de la IGP Ragusa-Sicilia o de la DOCG Campania. Sin muchos excesos. Aunque ella, que es de cerca del Lago de Garda, quiera llevarla hacia una mayor presencia de lambruscos y espumosos. Y hacer, de paso, patria aligerando el peso de la duda que aguanta la uva más vinificada en la bota. Sin sospecha de damnificación, si es por hacernos disfrutar aún más, adelante, Julia. Adelante.
Colella
- Dirección: Pau Claris, 190 – Barcelona
- Menú de mediodías: 14€ con bebida y postre
- Precio medio 35 – 40€